Mi camino en la medicina comenzó como el de muchos: con una intensa dedicación a los estudios. Durante mis años en la universidad, la demanda académica era tal que el tiempo para cualquier otra cosa era un lujo. El gimnasio, aunque siempre me atrajo, quedaba relegado. Así terminé la carrera tan delgado como la empecé, pesando unos 68 kg a mis 173 cm de altura. Era un médico en formación, pero mi cuerpo no reflejaba la vitalidad que anhelaba.
La exigencia no disminuyó durante mi posgrado de medicina interna. Apenas con 22 años, trabajaba y realizaba mi residencia simultáneamente, una etapa absorbente donde las comidas eran una o dos al día, de la peor calidad con frecuencia: comida chatarra, refrescos azucarados, dulces de panadería, pastichos, pastas, frituras… Mi peso, inevitablemente, comenzó a subir, llegando a los 85 kg al concluir la especialidad. La situación se intensificó con los años. Múltiples maestrías, un doctorado, mi matrimonio y la llegada de mi primera hija a mis 30 años, hicieron que el peso continuara en ascenso. Llegué a pesar 120 kg y más y fue a mis 32 años cuando una sencilla acción como atarme los zapatos se convirtió en una dificultad alarmante. Ese fue el momento de decir "basta". Había logrado mis metas académicas; era hora de enfocarme en mi salud.
Decidí hacer un alto. Empecé a caminar y trotar, inicialmente con un enfoque intermitente para cuidar mis rodillas, que ya sentían el peso extra. Complementaba con una bicicleta elíptica en casa, pero el uso constante revelaba un problema: sus bases se rompían. Fue entonces cuando hice un cambio radical en mi dieta, eliminando los carbohidratos. En solo tres meses, bajé a 100 kg y, sorprendentemente, las bases de la bicicleta dejaron de romperse. Al mismo tiempo, ingresé al gimnasio. No tenía idea de cómo comer ni de cómo entrenar. Contraté a un entrenador y en los primeros seis meses, mi peso se redujo a 80 kg, ¡con la gran fortuna de no desarrollar estrías ni flacidez! Los primeros cinco años en el gimnasio fueron de aprendizaje constante. Probaba rutinas, exploraba métodos, pero la pieza que realmente me costó entender, ya rozando los 40 años, fue cómo comer adecuadamente.
Una vez que dominé la alimentación, la masa muscular comenzó a aumentar notablemente y mis abdominales empezaron a definirse. Pero mi curiosidad y mi formación médica me llevaron más allá. Los últimos cinco años los dediqué a estudiar a fondo la farmacología orientada al culturismo. Fue un proceso de inmersión total en la ciencia detrás de la optimización del rendimiento y la composición corporal.
A los 42 años, con todo ese conocimiento y mi propia experiencia transformadora, me sentí listo para iniciar mis primeros ciclos. Fue una decisión informada, basada en años de estudio y práctica personal. Hoy, he decidido mantenerme en terapia basal como una elección de vida, una filosofía que integra ciencia, salud y culturismo. Mi meta personal es clara: mantener un bajo porcentaje de grasa corporal y la máxima cantidad de masa muscular, logrando el mayor rendimiento posible con las mínimas dosis farmacológicas, minimizando cualquier impacto en mi propio cuerpo. Mi camino me ha llevado a disfrutar la orientación a mis pacientes mucho más que la competencia personal. Si bien no la descarto en un futuro, mi principal interés siempre ha sido aplicar mi profundo conocimiento médico y mi experiencia personal para guiarte de manera segura y efectiva en el uso de la farmacología en el culturismo. Entiendo tus luchas, tus desafíos y tus metas, y mi propósito es ayudarte a alcanzarlas con la base científica y la seguridad que mereces.
Médico internista y culturista,
peso 90 kg, estatura 1,72 cm,
grasa corporal 14%